sábado, 6 de septiembre de 2008

Sobre los signos de la época y el "Happiness per capita"


(Discurso pronunciado por Antonio Garrigues, el 31/1/07, por su nombramiento "Doctor Honoris Causa" en la UEM. Es un poco largo, pero me parece muy bueno. Que os aproveche).
Excelentísimo y Magnífico Rector de la Universidad Europea de Madrid, Excelentísimas e Ilustrísimas autoridades, Claustro de Doctores de la Universidad, queridos amigos.
Ante todo expresar mi gratitud y mi alegría por recibir esta distinción de una universidad que en pocos años ha ido ganando crédito y creciendo en prestigio de forma acelerada y que pertenece a la primera red global de universidades privadas. Una red que cuenta con 42 campus universitarios y cuatro universidades on-line. Una universi­dad en la que se practica de forma natural la multiculturalidad, la modernidad y la globalización. Una universidad que está, en suma y en definiti­va, a la exigente altura de estos tiempos acelerados y complejos. Me siento por ello verdaderamente honrado y satisfe­cho. No voy a entrar en el debate de si merezco o no la distinción que hoy se me concede. Recuerdo siempre las palabras de Unamuno al recibir un importante premio literario. Decía así: "Sr. Rector, una gran mayoría de personas, en ocasiones similares a la que yo me encuentro, suelen asegurar que no son dignos de recibir el privilegio que se les otorga". "Por regla general, -añadía Unamuno- esas personas tienen toda la razón". y concluía afirmando "No es ese ciertamente mi caso". Yo prefiero no entrar en ese debate. Lo único impor­tante es que hoy estoy aquí, en este alegre y maravilloso Campus, rodeado de los compañeros que con sus palabras y su voto han hecho posible e_te Doctorado Honoris Causa y en presencia de muchos amigos, muchísimos y buenísimos amigos, que han venido aquí a probarme de nuevo su afecto y su cariño

Todas las épocas tienen sus signos. Es decir. sus claves esenciales, sus ideas dominantes, sus objetivos, sus prioridades, sus debates ideológicos, sus peligros y sus oportunidades. y por fin, sus éxitos y sus fracasos. En las épocas más primitivas de la humani­dad la idea dominante y el objetivo prioritario se concentraban en la supervivencia física, y a estos efectos, el descubrimiento del fuego y el invento del hacha fueron hechos decisi­vos para aumentar la eficacia en la caza y así mismo, la calidad de vida. A partir de ahí, esos seres humanos tuvieron que afrontar problemas más complejos, tales como el mantenimiento y el almacenamiento de los excedentes de caza, el embellecimiento y la decoración de sus cuevas -no sólo con pinturas rupestres- y, por fin, el descubri­miento de nuevos productos y de nuevos mercados. Incluso llegaron a descubrir la importancia y el sentido del ocio.
Así empezó de alguna forma lo que hoy llamamos globalización. Partiendo de esta referencia mi propósito es hablar hoy de los signos de la época en que vivimos, que serán similares, ya lo veréis, a los de la época del hacha y el fuego.

Concretar esos signos es, sin duda, tarea difícil porque el que reflexiona sobre estos temas se coloca inevitablemente en una situación en la que los árboles no dejan ver el bosque, pero aún así, me parece que va
a resultar un ejercicio necesario, un ejercicio básico si queremos avanzar honradamente hacia un concepto, lo más claro posible, de lo que es y de lo que no es progreso, tema tan importante como decisivo, al que luego se hace referencia. Nos esperan, que nadie lo dude, grandes y positivas sorpresas intelec­tuales y también maravillosos descubrimien­tos físicos y psíquicos, muchos de ellos enteramente predecibles. Esta época, si nos ocupamos de lo que hay que ocuparse, puede ser y debe ser -y yo estoy convencido de que lo será- una época gloriosa para la humani­dad a pesar de las muchas y dolorosas realidades y apariencias que nos preocupan y nos confunden en este momento histórico. No ha sido, en verdad, un gran comienzo de siglo. De hecho, no ha podido empezar peor. Pero irá mejorando. No tiene otro remedio

Volvamos en todo caso al tema de los signos de esta época. El signo más importante, del que se derivan muchos más, se puede resumir así: estamos viviendo simultáneamente y de forma acelerada cuatro revoluciones básicas que están interactuando e interpoten­ciándose con altos niveles de sinergia: la revolución científica, la tecnológica, la cultural y la ética. Todas ellas van a cambiar profundamente los escenarios y los compor­tamientos de los ciudadanos y, así mismo, las tareas de todos los estamentos de la sociedad, incluyendo especialmente el estamento político, el económico y el religioso
Una primera reflexión; a pesar de que existe una conciencia generalizada sobre la profun­didad, lo inevitable y la inmediatez de esos cambios, nadie o casi nadie piensa en tomar medidas anticipadas ya sea para proteger sus intereses, o para colocarse, como se dice ahora, en la buena onda. Todo el mundo da por seguro que la ciudadanía -como ha venido sucediendo a lo largo de la historia- sabrá adaptarse, con más o menos traumas y dificultades, a cualquier alteración de situaciones o circunstancias que se produz­can. No hay pues que acelerarse. Estemos tranquilos. Hay pocas excepciones a esta tendencia, en mi opinión nefasta, a la pasividad. Mencionemos dos: la educación escolar y universitaria en China se ha volcado claramente, decididamente, a la generación -se podría decir, en masa- de científicos y tecnólogos. Nunca ha habido en la historia de la humanidad cosechas tan importantes de estos profesionales. Segundo ejemplo, algunas empresas sobre todo norte­americanas, han cancelado o vendido, con pérdidas significativas, produc­ciones aún rentables pero con signos de obsolescencia, por otras producciones con escaso valor actual pero con mucho potencial de futuro, con ánimo de explotar en el momento propicio su pionerismo y su liderazgo.
Una segunda reflexión: la cultura tecno­científica y la cultura clásica no logran encontrar puntos válidos de convergencia. Sigue existiendo una separación y, en muchos casos, una rivalidad poco comprensible y justificable. Las ignorancias científicas de los hombres llamados cultos, en el sentido tradicional son realmente abrumadoras. Alan Sokal publicó recientemente en una prestigiosa revista técnica, "Social Text", un ensayo con el título “Rompiendo límites: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica", en el que tanto el título como el contenido era una acumulación de frases absolutamente absurdas, sin ningún sentido. Hombres de letras, periodistas, e incluso algunos científicos elogiaron el ensayo y resaltaron las afirmaciones que les parecían mas interesantes. Es una simple anécdota que confirma que aún está muy lejos el sueño de una tercera cultura, que defendió ardorosamente C. P. Snow, con el buen ánimo de mejorar el vacío de comuni­cación entre los intelectuales de letras y los científicos. Habrá que ponerse a ello con decisión. Los filósofos y los sociólogos -si no quieren perder el tren de la historia- tendrán que abandonar otras tareas y dedicarse de lleno -como ha pedido recientemente el filósofo John Searle- "a aglutinar y a interpretar todas las ciencias que estudian el ser humano como la neurobiología, la química, la física, las ciencias naturales, etc". Searle ha llegado a afirmar que "la neurobiología, en estos momentos, está yendo más allá que la filosofía". Recordemos en este sentido que Ortega y Gasset y Heidegger fueron los primeros filósofos que se ocuparon seria­mente de este tema. Heidegger lo hizo con irritación y con menosprecio de la técnica y de la ciencia. Ortega hizo lo mismo, pero como ha dicho alguien, "con más dulzura". Se colocó, sin duda, a la debida distancia pero siempre admiró y se interesó por los progre­sos técnicos hasta el punto de insistir, sin éxito, a su hijo José Ortega Spottorno a que dedicara su talento, que era mucho, a la técnica agrícola porque pensaba, con razón, que iba a revolucionar profundamente la agricultura. En cualquier caso, puede afirmarse que Ortega se atrevió mucho más que Heidegger en este debate y llegó a concretar cuáles eran los temas básicos. Reconocía, sin reservas, a la técnica, su capacidad para aumentar la libertad y la independencia del ser humano y a la ciencia, la exactitud y el rigor de las precisiones de las verdades científicas, pero añadía inmediatamente que el mundo necesitaba una interpretación global y completa y que “el hombre de ciencia, el matemático, el científico, es quien taja la integridad de nuestro mundo", porque según él, la verdad científica es "exacta pero incompleta y penúltima" y “deja sin ver las cuestiones decisivas". Ante esta situación todos tenemos que aceptar que mejorar la relación entre filosofía, ciencia y técnica, es una asignatura pendiente a la que la Fundación Ortega y Gasset, en colaboración con otras institucio­nes académicas, deberá ocuparse con prontitud. Este es el momento histórico adecuado.
Una tercera y última reflexión: todas las revoluciones que estamos viviendo van a necesitar un referente y un objetivo básico: la mejora de los conocimientos, los sentimientos y los apetitos humanos. La búsqueda de la felicidad -a la que alude expresamente la constitución de los EE.UU- debe convertirse en el objetivo fundamental, incluso en un objetivo absoluto, aun cuando pensemos inteligentemente que es un objetivo imposi­ble. El "happiness per capita" es el único índice por el que merece la pena .luchar.
A la pregunta: "¿usted qué quiere ser?", la única respuesta sensata y lúcida es: "yo quiero ser feliz". Lo malo es que eso no es fácil. La técnica y la ciencia nos ofrecen juntas y por separado un futuro perfecto, paradisíaco. Se nos asegura que desaparece­rán una a una todas las enfermedades físicas e incluso las mentales; que viviremos mucho más tiempo -fácilmente hasta los 150 años hacia la mitad del siglo, y luego ya veremos- y se nos dice además, que todos esos años los viviremos en plenitud física y mental -incluyendo, desde luego, la plenitud sexual. que se alargara hasta momentos antes del final de la vida-; se nos garantiza, también, que tendremos muchas más horas de ocio con divertimentos escapistas asegurados que reducirán a un mínimo la conciencia de culpa; alcanzaremos, por fin, el cuerpo físico exacto que queremos y además lo iremos cambiando según las circunstancias y las exigencias de la moda o las aspiraciones sentimentales; y, por si todo eso fuera poco, podremos llegar a cualquier sitio -aún cuando no sepamos por qué- en un espacio mínimo de tiempo. Todo eso está realmente muy bien y además es, en gran parte, cierto. Pero -volvemos a Ortega- la tecnología per se no puede llegar a la felicidad del ser humano ya que eso es algo externo al hombre. El problema, reside, además, en que la ciencia y la técnica no son excesivamente educadas. No piden la venia ni el permiso. Crecen, se desarrollan y se multiplican, si no de una forma ciega, sí, como poco, tuerta mente, sin preocuparse en exceso de los cambios que generan; pensando que la máquina es, por principio, más importante, mucho más importante, que el hombre que la maneja y utiliza; y, en general, confundiendo sin cesar medios y fines podemos seguir así. Habrá que poner en marcha con rapidez una revolución cultural y una revolución ética que afronten este proble­ma. No podemos aceptar que el resultado final del progreso científico y técnico consista en lo siguiente: producir en cadena individuos alimentados y fuertemente empobrecidos por horas y más horas de Internet, televisión, y teléfono; individuos que se dediquen a sustituir cada vez más las realidades físicas por las virtuales (véase el admirable caso de la página web, secondlife.com); individuos que se someten a la homogeneización de la ciudadanía tolerando culturas perversas y dominantes que controlan a la perfección todas las técnicas de marketing, incluyendo la utilización de los aditivos necesarios, físicos o psíquicos, para generar dependen­cias intensas, como hacen con excelencia algunos productores de tabaco y, así mismo, los ya incontables programas de corazón; Individuos que sacralicen el consumismo como actividad justa y necesaria –además de compulsiva- para alcanzar la alegría vital y la paz de espíritu; y, por fin, individuos que eleven la belleza o la apariencia estética, el ejercicio físico, y la indigencia o la vulgaridad mental, a categorías máximas de la condición humana.
Que nadie piense que esta batalla va a ser fácil. Hay en juego demasiados intereses y escasísimas personas e instituciones dispuestas a la lucha. No podemos contar en ningún caso con un estamento político y unos políticos cada vez más radicalizados y sectarios; cada vez más cortoplacistas; cada vez más provincianos; cada vez más cansinos y aburridos. Por su parte, la intelectualidad en su conjunto se ha dejado absorber y fascinar por los descubrimientos científicos y técnicos, sobre todo en el capítulo de la biogenética, y no han querido profundizar ni en más consecuencias ni en la adecuación de los posibles resultados finales. La Iglesia, finalmente, concentra toda su atención y todos sus esfuerzos en vigilar que el desarro­llo científico y tecnológico pueda cuestionar sus principios dogmáticos y complique su papel en la historia, abriendo puertas al peligroso y nefasto relativismo. Menos mal que por fin se han descubierto células madre del líquido amniótico cuya utilización ha sido oficialmente aceptada por el Vaticano al no ser necesaria la destrucción del embrión. Aún quedan, sin embargo, muchos campos minados, especialmente en el campo de las manipulaciones genéticas -sin hablar por el momento, ¡vade retro!, de la clonación- que aseguran, desde ya, conflictos éticos, morales y religiosos que van a ser duros de pelar. La Iglesia -con sus tendencias conservadoras en alza- sigue, como siempre, dispuesta a topar con la ciencia. Sólo debemos esperar, lo digo en serio, que gane el mejor.
He ahí el resumen de los signos de esta época. Pido disculpas, muy de verdad, no haber dejado al margen temas importantes de este debate y por haber sintetizado en exceso los temas tratados. Hay dos razones para ello: una, que estoy convencido de que los discursos largos -además de no decir más que los cortos- estarán muy pronto tipificados como delito en el Código Penal; y otra, que sólo he pretendido dar algunas claves en las que todos tendremos que seguir reflexionando durante mucho tiempo. Soy consciente -como decía un político inglés- de que no he clarificado ningún problema pero confío en que al menos haya logrado aumentar sustancialmente el nivel de confusión. No es sólo una broma. En esta época hay que prepararse, con buena paciencia y buena humildad, a convivir sin ningún estrés, plácidamente, con lo complejo y con lo incierto. El ser humano tiene incorporada en su mente una pasión, verdaderamente apasionada por la verdad. Nos encanta estar siempre en lo cierto. Evitamos, como pode­mos, reconocer nuestra perplejidad o nuestra ignorancia. Nos parece poco serio y poco digno tener dudas cuando siempre, pero especialmente en estos momentos, lo único cierto y lo único inteligente es no sólo dudar, sino también saber dudar, que es oficio difícil pero muy rentable intelectualmente. Ortega pedía a los profesores que al enseñar deberían enseñar también a dudar de lo que enseñaban. Y en este mismo sentido, mi admirado amigo, Antonio Mingote, afirmaba hace muy pocos días lo siguiente: "Si se me acepta, no será por mi capacidad de adoctrinamiento sino por mi firme voluntad de prescindir del más leve dogmatismo". No es ésta en verdad buena época para dogmáticos por más que están floreciendo por doquier. Esas personas deberían recordar que nuestras convicciones más apasionadas y aparentemente más nítidas y seguras, acaban siempre constituyendo "nuestro límite, nuestros confines y nuestra prisión". La frase vuelve a ser de Ortega que puso también de moda la frase mágica de que "lo que nos pasa, es que no sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa".
Lo que al final tendremos que examinar con mucho cuidado es de qué hablamos cuando hablamos de progreso, uno de los muchos temas que han quedado vírgenes en mi exposición. Hemos avanzado poco en este largo debate, pero ya empieza a parecer claro que ese concepto no puede ser manipulado por todas y cada una de las disciplinas, desde su sola perspectiva y en su propio interés.
El concepto de progreso no puede limitarse en ningún caso al progreso en sentido
científico y tecnológico por muy admirable que sean; y además habrá que aceptar que hay "progresos" -como algunos amores-, que ciertamente matan. Un estupendo sociólogo hispano, Juan Enriquez, se preguntaba en un seminario si es progreso que ahora la mujer pueda quedar embarazada de diecisiete maneras distintas cuando hace unos pocos años sólo había una, y también, si es progreso que un niño nazca a través de un proceso en el que figuran un óvulo donado, un espermatozoide cualquiera y un vientre alquilado, para entregar el hijo después a una madre y un padre infértiles, cuando no a una pareja de un mismo sexo. Yo no me atrevería a decir enfáticamente que eso no es progreso, pero creo que merece la pena echarle un buen pensamiento. Es ahí donde la filosofía tendría que echar una mano inteligente y facilitarnos un buen mapa de ruta.
Con todo este jaleo y alboroto a cuestas ¿podemos ser optimistas? Esa misma pregunta la formula el periódico The Independent a un grupo de expertos y los resultados se han publicado el 28 de enero de este año, es decir, hace unos días. Participaron personalidades como el biólogo, Richard Dawkins; el director de un laboratorio de inteligencia artificial, Rodney Brooks; el compositor, Brian Eno; el psicólogo, Steven Pinker; el cofundador de Wikipedia, Garry Sanger; el consultor de negocios, Peter Schwartz; el demógrafo Daniel Hellis; el arqueólogo Timothy Taylor, el presidente del Instituto Aspen, Walter Isaacson; el físico cuántico David Deutsch y otros -hasta diecisiete- de similar prestigio. Sus respuestas en su conjunto están llenas de interés y su lectura, además de reconfortar el ánimo, explican muchas cosas. Sin ninguna excepción, su posición es de claro optimismo. Hablan de las fuertes tendencias a favor de comportamientos éticos, de la capacidad para afrontar el tema de las migraciones, de las nuevas fórmulas energéticas, de los privilegios de comunicación a través de internet y de otros muchos temas. Al final se alcanza una conclusión clarísima: reducir los altos niveles de corrupción es progreso; mejorar la calidad democrática en todos los órdenes, es progreso; eliminar la violencia, es progreso, y sobre todo, enriquecer a los pobres es progreso. En definitiva, podemos estar confusos y llenos de duda, pero al menos hay buenas razones para ser optimistas. Algo es algo.
Un último comentario dirigido especialmen­te a los estudiantes. Tenéis la fortuna de ser jóvenes y el privilegio de recibir una educa­ción excelente. ¿ Qué esperamos de vosotros? Algo muy simple que puede resumirse así: tenéis que tener una mente global y no provinciana, porque podéis dar por seguro, ·ya de forma definitiva, que el mundo es redondo; tenéis que conocer a fondo la relación entre ciencia, técnica, filosofía y ética y definir vuestra propia postura, aunque yo haya hecho, en el día de hoy, todo lo posible para incrementar vuestro nivel de confusión; tenéis que ser absolutamente honestos y honrados aceptando que la maldad es -os lo digo de corazón- una estupidez propia de necios; tenéis que hablar además del inglés, dos o tres idiomas más, incluyendo el árabe para que podáis participar activamente en la alianza de civilizaciones que es un tema serio que la politización ha deformado y minimizado; tenéis que ser decididamente optimistas y positivos frente al futuro, aun cuando de vez en cuando se os llame, incluso con razón, irresponsables. Todo menos dejaras llevar por el síndrome del Titanic; tenéis que lograr, en concreto, que vuestro "happiness per capita" no baje nunca de seis o siete sobre diez, y si bajara tendréis que cambiar vuestro comportamiento y vuestros objetivos; tenéis que dar por seguro que en cualquiera de los oficios que elijáis, la ciencia y la técnica os afectarán, incluso, si os dedicáis a la poesía; tenéis que luchar sin desmayo por la paz, por todas las paces imaginables, por una paz digna; tenéis que ser jóvenes toda la vida, entre otras cosas -como podría decir Woody Allen- para evitar el peligro y el triste riesgo de envejecer; tenéis finalmente que tener una mente siempre dispuesta a inventar el hacha y a descubrir el fuego. No permitáis que inventen sólo ellos. Eso es todo lo que os pedimos. Os podíamos pedir mucho más. Pero no os tranquilicéis. Os lo iremos pidiendo poco a poco. La idea, en definitiva, es que vosotros hagáis lo mucho que hemos dejado de hacer nosotros. Si así os comportáis y tenéis, además, la enorme fortuna de ser abogados, yo os garantizo una carrera brillante en Garrigues o en cualquiera de los despachos de los colegas competidores que han tenido la gentileza de venir aquí.
GRACIAS A TODOS

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo lei anoche en el folleto. Está muy bien, pero no acaba de decidirse entre optimismo y pesimismo...

Pele Ón dijo...

Tampoco las pretende dar, se limita a exponer un marco, presente y futuro.
Bsts, anónima.