martes, 1 de mayo de 2007
Mis drogas y la religión
La religión, desde siempre, forma parte de los patrones de conducta social e individual básicos. No hay que olvidar que, por motivos que no vienen al caso, durante toda la historia conocida, una gran cantidad de recursos materiales y humanos, los más ilustres eruditos, pensadores, filósofos… han estado al servicio de la religión, y en lo que nos toca a nosotros, la iglesia Cristiana (católica, protestante, ortodoxa...) con sus cismas, herejes, brujas y demonios, que en suma han depurado, y de paso encorsetado mucho la expresión del sentimiento religioso que existe en todo ser humano.
El pecado y la culpa, a menudo están ligados al descontrol de dicho placer. Las religiones y culturas intentan poner estrechos caminos al placer (es imposible detenerlo), y sus desviaciones a menudo las expían con la mortificación, el sacrificio, e incluso el dolor, antónimo del placer.
A título de curiosidad citaremos que la religión hindú ha hecho una curiosa y elaborada mezcla de sexo y religión, difícil de entender para el pensamiento occidental. Contemplan incluso dos vías, la vía diestra de abstinencia, coincidente con la occidental, y la "vía de la mano izquierda", cuyo exponente es el tantra (que todos identificamos con sexo a tope, con el Kama-Sutra a la cabeza) y es mucho más amplia que eso. El sexo es lo que nosotros hemos cogido del tantra para reirnos de esa filosofía y para otras barbaridades, pero al final, la culminación acaba también en la continencia y contemplación mística.
A lo largo de la historia, el placer, para bien o para mal, ha sido un recurso muy escaso. La mera supervivencia ocupaba en gran medida el pensamiento general de la sociedad, frente a las calamidades que se cernían sobre las personas. No quiera decir que la vida era pura desgracia, pero sí que podemos usar este término comparándolo con la situación de la actual "sociedad de consumo". La supervivencia era tan delicada, que la mínima desviación de recursos hacia un placer la ponía en peligro, por lo cual, todas las religiones han establecido como pecaminoso el abuso del placer, en cualquiera de sus formas, estableciendo unas pautas definidas socialmente obligatorias. La mera presión social, y la dificultad de librarse de ella, era a menudo sistema represivo suficiente para regular la conducta del individuo.
Hoy, evidentemente, en nuestro mundo, la supervivencia ha pasado a un segundo plano. A un pequeño porcentaje de la población nos preocupa la situación de la biosfera, en el sentido que nunca jamás se ha producido una extinción masiva de tantas especies e individuos, nunca a un ritmo tan acelerado y por supuesto, nunca había tenido una causa tan clara y definida: las actividades humanas (meteoritos aparte). Cierto es que tenemos pruebas de sobreexplotación de los recursos en comunidades tribales prehistóricas, que ocasionaban su desaparición (muerte o emigración). Pero el ritmo actual de fumarnos el mundo traerá a buen seguro graves consecuencias para nosotros. Nadie puede pensar que podamos manipular las condiciones vitales, jugar a Dios, como para no sufrir alguna de sus consecuencias.
En todo caso, el objeto de este ensayo no es llamar la atención sobre el expolio de recursos naturales, que evidentemente se consumen para generar placer. Ni tampoco que sea o no pecado usar o abusar del placer. Vamos a detenernos sobre otros factores, desconocidos para el público general. Nadie discute que el tabaco, el alcohol, el cannabis, la cocaína, las drogas duras, las drogas de diseño y tantas otras, no sean elementos que proporcionan un placer, probablemente insano, y que causan a medio o largo plazo la destrucción del individuo. Si unas drogas están permitidas y otras no, lo son tan sólo por la velocidad a la que destruyen. Nosotros jugamos con el alcohol, los moros con el hachis, los chinos el opio, los mayas el peyote y la coca, los africanos con otros alucinógenos... y el que no, con la mujer del vecino, como los esquimales.
Pero de ahí a permitir mucho... Hoy en día existen movimientos (marginales, eso sí) de legalización de las drogas. El peor favor que les podemos hacer es hacerles caso, aunque no dejan de tener cierta razón. Cada uno puede elegir la forma de morirse, aunque a alguno se le agradecería eligiese algún método más rápido y sin salpicar.
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