Buenas con amor: son las normales de todos los días, las que decimos, con un poco de entrenamiento, a nuestra familia, a los compañeros…pero que a veces con el tiempo, se pudren. Cuando pensamos que una situación no es tan favorable como nos merecemos, tendemos a pensar que los demás tienen la culpa, y tratamos de devolverles el daño. Las más graves, por supuesto, son aquellas que afectan a los muy próximos: cónyuge o pareja, padres-hijos, hermanos…
En nuestra relación con los demás, es muy importante que, de lo malo, devolvamos siempre un poquito menos, y de lo bueno, un poquito más (Bert Hellinguer). Si no nos esforzamos un poquito en mejorar, empeoraremos sin darnos cuenta; cuando salta la chispa, depende del “combustible” que hayamos acumulado, que se trate de un gran incendio o de una simple quemadura. La capacidad de perdonar hay que ejercitarla todos los días; duele un poquito, pero si se acumula, quitarse esa espina a veces es imposible.
“Malas” con amor": (entrecomilladas) con amor, es casi imposible decir palabras malas, aunque cierto es que la verdad, duele casi siempre. Son las palabras que los padres, los educadores, los amigos de verdad, dicen.
En primer lugar, hay que pensar que a ellos les duele también. No buscamos los conflictos, no queremos discutir. Para el que ama, es más cómodo que la persona que yerra siga su camino, cuesta abajo, ya frenará, con los frenos o con la crisma. Sin embargo, un sentimiento interior nos empuja a corregir, a enseñar, crecer emocionalmente y ayudar a crecer a nuestros semejantes.
En ocasiones puede caerse en el cinismo: decir la verdad sin importar las consecuencias. En este caso, el cínico no busca realmente el daño ajeno, pero sí el beneficio propio, “tranquilizar su conciencia”. Las mentiras piadosas son incluso buenas, aunque claro está, es terreno resbaladizo.
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