Hace tropecientos años, el trabajo era duro. Antes de inventar la fregona, antes de descubrir telepizza (no hice la guerra, pero mi Papá me contaba cosas) el acarreo y preparación de la intendencia y de todo se hacía mediante el abundante esfuerzo (¡y sin desodorante..!) para casi todas las clases sociales.
Hoy no. Hoy sólo lo hacemos deprisa deprisa, pero sin cansarnos. Y con la intrusión de internet, deprisa deprisa deprisa. Y estamos mal preparados para ello.
Hay muchos métodos de pararte un poco; por el momento, uno de los más sencillos y asequibles es la meditación, o reseteado mental. El sueño se supone que también debe servirnos para eso, pero para ello, necesitamos silencio acústico, luminico, electromagnético, psíquico, y unos cuantos más que nos lo montamos de miedo para no tener ninguno.
Mi inducción al sueño empieza con un libro un poco tostón, que no masoca. Y va de cine. El último sobre el trance Ericksoniano, regalado y editado por Eduardo. Genial.
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