Libro que trata de lo divino y lo humano (llevaba tres días atascado con el Demonio) acaba de empezar con un capítulo titulado "A la felicidad por el trabajo", y que nada más empezar, lo borda:
"El principal problema con el que se enfrentaron
los primeros empresarios de la modernidad era qué o cómo hacer para que la
gente -habituada a darle
sentido a su trabajo agrícola o artesanal y a fijarse sus propias metas- volcase todo su esfuerzo y habilidad en el
cumplimiento de unas tareas que otros les imponían y que carecían de sentido
para sí mismos. No resultaba nada fácil la rápida reconversión de los ahora
obreros a la racionalidad del mercado -desprovista de toda emoción y regida por la relación coste-beneficio- tras el abandono de
sus viejas costumbres, según las cuales se establecía un profundo compromiso
del trabajador con el producto de su trabajo. La solución del problema fue la
puesta en marcha de una instrucción mecánica dirigida a habituar a los obreros
a obedecer sin pensar y a obligarles a cumplir unas tareas duras y rutinarias
cuyo sentido se les escapaba. El nuevo régimen fabril sólo necesitaba partes de
seres humanos, pequeños engranajes sin alma conectados a un mecanismo más
complejo. Las demás partes resultaban ahora inútiles: intereses, ambiciones e
ilusiones no importaban para el proceso productivo e interferían
innecesariamente con las partes que sí participaban en la producción. A esto se
le llamaba «ética del trabajo»: si se quiere lo necesario para vivir y ser
feliz, hay que hacer algo que sea digno de pago, y es normalmente dañino y
necio conformarse con lo conseguido y quedarse con menos en lugar de buscar
más; no es necesario descansar, salvo para recuperar fuerzas y seguir trabajando;
es decir, trabajar es un valor en sí mismo, una actividad noble y
jerarquizadora. Trabajar es bueno... y normal"
Parte de unas premisas muy pastoril-bucólicas, pero, mira por dónde, la solución de la crisis: involucionar.
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