Paseando con actitud de explorador científico por la sesión de pósters de un congreso de neurociencia, se cerró un ciclo casi tan inverosímil como las vidas de las criaturas que inventaron el control mental: los fascinantes parásitos.
Hay un parásito que cuando invade el cerebro de unas hormigas las induce a subir a lo alto de la hierba para permitir que una vaca se las coma. Este parásito sólo puede madurar en el hígado del rumiante, luego viaja a su intestino para reproducirse, y allí libera huevos por las heces. Estos huevos generan larvas que de alguna manera deben regresar al hígado de la vaca. Lo consiguen infectando hormigas, manipulando su comportamiento, y utilizándolas como vector que les permite completar el ciclo.
Pobres hormigas; cuando otro hongo parásito determinado las infecta, también empiezan a trepar por las hojas de la hierba para que cuando el hongo emerja de su cabeza pueda explotar y expulsar las esporas desde más alto.
Más curioso todavía: cuando el parásito Sacculina Granifera coloniza el cuerpo de un cangrejo macho, secreta unas hormonas feminizantes que le hacen comportarse como si fuera una hembra. El cangrejo se dirige hacia la arena, hace un agujero, y adopta la posición de expulsar larvas; pero salen las del parásito, claro.
También hay un crustáceo llamado Gammarus Lacustris que se alimenta en las orillas de los ríos, y suele escapar rápidamente si aparece un pato. En cambio, cuando está infectado de una larva que sólo se reproduce en el cuerpo de las aves, hace todo lo contrario: sale del agua y se deja devorar por los patos. El parásito se ha adueñado de su mente y llega a dirigir su comportamiento.
Algo parecido ocurre con el parásito por el que se advierte a las embarazadas que no estén en contacto con los gatos: la mayoría de nosotros, y con total seguridad los que hayáis convivido con gatos, tenéis el Toxoplasma Gondii enquistado en algunas de vuestras células. No os preocupéis, no es peligroso. Sólo causa problemas cuando el sistema inmunológico se deprime por enfermedades como el sida, o no está todavía desarrollado como en los fetos. Por ese motivo a las embarazadas les recomiendan alejarse de los gatos, porque son el único animal en cuyos intestinos se reproduce el Toxoplasma.
Eso lo saben los médicos, pero no los ratones. Cuando este parásito infecta a un ratón, viaja a su cerebro, de alguna manera afecta a su comportamiento, y hace que pierda el miedo a los gatos. Por increíble que parezca, esto se demostró con un experimento muy sencillo en la Universidad de Oxford: el científico Manuel Berdoy construyó una especie de gran jaula-jeroglífico con diferentes caminos y estancias, y puso orina de gato en un rincón. Cuando colocó ratones normales en la jaula, éstos evitaban a toda costa acercarse a ese lugar. En cambio, al poner roedores infectados pasaban por allí sin ningún inconveniente. Habían perdido el miedo a los gatos.
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