Pues si. Hice la mili, allá por el jurásico superior, con el abuelo Cebolleta. Formé, hice instrucción, aprendía montar y desmontar el cetme, lo disparé (buena puntería) me arrastré por la pista americana (la de aficionados, claro) me tocó un sargento mandón bigotudo, con mala leche... como todos. No me hicieron gritar ¡SEÑOR! ¡SI! ¡SEÑOR!, eran muy buenos.
Pero a lo que iba: las imaginarias: son las guardias nocturnas, que teníamos que hacer, cada 2 horas. Las organizaba (como otras muchas cosas) el Cabo Furriel, que era quien convivía en el barracón con la tropa: osea, el inmediato puteador en la escala jerárquica, y el destinatario directo de nuestro pelotilleo.
La primera imaginaria era la más benigna. De 10 a 12, vigilabas que todos rezasen al Niño Jesús, y durmiesen con las manos fuera de las sábanas. La segunda (de 12 a 2) y la cuarta (de 4 a 6) , pues pase,dormías unas horitas. La tercera (de 2 a 4) era la de fastidiar, que te levantabas en lo mejorcito del sueño, y luego ya no te daba tiempo a redormirte para la diana, en la que tenías que formar entre gritos, empujones, patadas, y con la gorra como única prenda obligatoria (aún no hay explicación científica para eso) con lo que había concurso mañanero de ángulos de disparo (menos mal que no había moros o negros, las comparaciones...).
Daría para otro blog, pero me repetiría demasiado.
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