Si se le ha ocurrido de un tirón, tiene su mérito el tío, pero me imagino que se lo llevaba preparando desde hacía bastantes vueltas.
Ese es mi planeta.
Miro con cariño a la superficie con sus preciosos colores sin límites. Cuántas veces he explorado sus bordes mientras el amanecer inmortaliza sus curvas, brillando en una indescriptible luz azul clara perfectamente delimitado por la luz de las nubes mesosféricas iridiscentes: el color de la paciencia infinita.
Envuelto en silencio miro hacia fuera: siento el latido del corazón de nuestro planeta mientras miro como la vital agua circula por infinitas venas a través de la tierra, alimentada y protegida por las nubes que cubren la superficie de la Tierra como el manto de una virgen vestal. Su respiración es calma y eterna como las mareas pero grande como las olas del océano. Engloba el poder de vientos que llevan arena desde cien desiertos a lo más alto de mil montañas en un soplo.
En unas horas, todo esto será un recuerdo. Mi nave espacial espera silenciosa y oscura, pero pronto se convertirá en un espectacular teatro cuando volvamos a la Tierra. Todo lo que tiene un principio tiene que acabar: esta fragilidad hace que cada experiencia sea única e incluso más valiosa.
Intento llenar mis ojos, mi mente y mi corazón con los colores, matices y sensaciones para que mis memorias sean testigos de la experiencia. Debajo de mi en la Tierra, las tierras se mezclan: las fronteras de los países no existen cuando miras para abajo desde la Cúpula. Observo las tierras del hombre.
Siempre siento la irresistible atracción del cielo y las estrellas cuando miro para arriba desde la Tierra. Animo a mi mente a perderse en el infinito y lo desconocido. Está en nuestra naturaleza, en nuestro gen de Ulises. Pero en cualquier caso Ulises vuelve a Ítaca después de muchos viajes: su isla está siempre en sus sueños. Si hubiera nacido en la oscuridad interestelar, si hubiera pasado toda mi vida de viaje lejos de nuestro mundo, miraría a nuestras aguas azul brillante y variados continentes con la misma admiración. Cada amanecer y cada atardecer producirían el mismo sentimiento de asombro. Soñaría con hundir mis pies en las arenas calientes, con sentir el frío abrazo de la nieve y la caricia de la brisa salada que sopla hacia la tierra. Me preguntaría qué se siente al bañarse en sus aguas, al disfrutar del calor del Sol.
Pero soy afortunado: nací allí.
Ese es mi planeta. Es mi casa
(Luca Parmitano)
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